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Dra Amy Barreto
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CRÓNICA PERIODÍSTICA
LA VIDA QUE PALPITA EN LAS MANOS DEL CIRUJANO
LAURA ANAYA GARRIDO
2 de Abril de 2017 11:00 am/ El Universal / Cartagena-Colombia
Hubo un silencio profundo justo antes del suspiro. El miedo alcanzó a meter sus narices en aquella sala de cirugía justo antes de ese suspiro. El paciente, tendido en la camilla y con el corazón herido en el más doloroso y literal de los sentidos, tenía los ojos cerrados… ¿para siempre? Ni se movía. Pálido como un papel. ¿Signos vitales? Nada. Todo está perdido, pensaron los médicos, las enfermeras, los auxiliares... todos, incluso Oswaldo...
Y, de pronto, suspiró una sola y profunda vez.
Es como si el paciente y quienes lo rodeaban -porque el miedo los había hecho morir un poco- hubiesen resucitado. Imposible desaprovechar esta segunda oportunidad… ¡Al quirófano ya! Era noviembre en el Hospital Universitario.
El doctor Oswaldo, entonces residente de cirugía, ayudó a abrir el pecho de aquel chico de rostro tan extrañamente familiar. Los médicos encontraron un corazón de unos 27 años herido, le habían rajado el ventrículo izquierdo con un cuchillo de esos de cinco mil pesos… de los que venden en las busetas. Había sangre por doquier y coágulos, muchos coágulos. Pero sobrevivió, y comenzó a latir como ‘caballo desbocado’. En cuestión de horas, el muchacho abrió los ojos para echar el cuento: su esposa había intentado matarlo en medio de una pelea. Esos amores viscerales que llegan a parecerse más al odio...
Desde hace trece años, cuando decidió ser médico, los días de Oswaldo Cantillo Padilla pasan entre la vida y la muerte. Alegrías y tristezas. Éxito y fracaso. Y hace siete años, cuando se convirtió en cirujano general, el tiempo se le va en el quirófano… bisturís, pitidos, signos vitales, sangre, estrés… más vida e, inevitablemente, más muerte.
¿Qué significa cirujano en el idioma médico?
Médico especialista en cirugía general, con amplio conocimiento de la anatomía y la fisiología corporal. Su trabajo es resolver las enfermedades a través de la actividad quirúrgica. Y para los demás mortales, es un médico que opera, así, a secas.
“No soy el cirujano más típico de Cartagena -ríe-. Trabajo diariamente ocho horas”. En la mañana, ronda médica y a veces clases en la Universidad Rafael Núñez. En la tarde: consulta externa, dos o tres veces a la semana cirugías programadas… los jueves: turnos, debe estar disponible 24 horas. Descansa tres fines de semana al mes. “¿Ya ves por qué no soy típico? Muchos de mis colegas pasan en los quirófanos, pueden estar 72 horas sin llegar a casa, saltan de una clínica a otra… Yo decidí que no iba a tener esa vida... que sí voy a tener vida”, comenta.
¿Y qué significa estrés para un cirujano?
-Decidir. No es operar, es decidir -cuenta Oswaldo sin titubear-. Le dices al paciente: ‘mira, tienes apendicitis y lo mejor es operarte’, pero nunca, ningún cirujano tiene cien por ciento la certeza de que sí es apendicitis. Entonces, crees que tiene apendicitis y decides que lo mejor es operarlo… te estás arriesgando, lo vas a someter a un trauma y tiene que valer la pena. Vas a abrir su piel, remover sus intestinos y sacar su apéndice… Y de pronto no es apendicitis.
También dice Oswaldo que ya en el quirófano se esfuma buena parte del estrés. ¿Sí?... ¡Quién lo iba a decir!
“Ya en la cirugía, es anatomía, es algo que tú y tu equipo manejan. Sabemos cómo, por qué y para qué lo hacemos... Cuando termina, y sale bien, es un regocijo increíble”.
Detrás de esos guantes de látex, de los antifluidos y las inmaculadas batas blancas, hay personas. Seres humanos como usted y como yo. Ríen, lloran, fracasan… echan chistes o chismes cuando la operación no es tan compleja y es programada. A veces, ponen música en la sala de cirugía… eso sí: el volumen bajito, porque el anestesiólogo debe escuchar los pitidos del monitor para saber cómo va el paciente. Hay lugares donde solo hay música instrumental, hay médicos que ponen a sonar vallenato, salsa, reguetón… qué sé yo… “hay estudios que demuestran que el desempeño del cirujano es mejor cuando escucha la música que le gusta -agrega Oswaldo-”. También hay clínicas donde no dejan que suene ni un silbido… al fin lo que importa es una sola cosa: la vida del paciente.
Si te dijeran que no puedes reír, ni hablar, ni escuchar música o contar chistes cuando estés trabajando...
-Realmente el quirófano es nuestra casa. Buscaría la forma de seguir sonriente y feliz haciéndole bien a la gente.
Para Oswaldo, el estrés es cosa de todos los días. Para él, la medicina es medicina porque hay un vínculo emocional entre el doctor y el paciente... por eso ha llorado. Por eso sufre cuando le toca informar que un paciente ha muerto...
¿Y cuando sale mal? ¿Cuando no tienes la vida bajo control?
-Uy, no. Frustración -Oswaldo calla y pasa saliva-, es la frustración más grande. No todo me ha salido bien, ¿sabes? Muchas veces sale mal… Si algo falla en el quirófano, el paciente no sale y muere. Y cuando crees que hiciste todo bien, y no. Y vas a casa y te llaman a decir que algo está mal porque tu paciente no soporta el dolor… que algo por dentro quedó sangrando… no, no, no. Primero, lo niegas. No duermes. La familia debe sentirse pésimo -piensas-… ¿Y si tiene hijos? Adelante, tienes que asumirlo y es tremendamente difícil. Y al final, debes dar la cara, resolver. Hay que ver qué pasó y muchas veces no encuentras la respuesta.Y cuando por fin asumes la responsabilidad, te sientes solo. Sientes que todos te señalan, incluso los colegas. Por fortuna, tu familia está contigo.
Epílogo
Oswaldo no recuerda el año, ese mismo noviembre en el Hospital Universitario, le dieron de alta al paciente del corazón roto. El 31 de diciembre médico y paciente se reencontraron en el mismo barrio, eran vecinos. El chico estaba feliz con su familia... con la esposa que lo acuchilló. Su corazón remendado cicatrizó rápido.
Ahora, en la clínica veo a Oswaldo saludar a sus pacientes de beso en la mejilla. María y Carmen tienen tumores pancreáticos... sonríen y agradecen que pase a verlas. También doña Juana, que ha evolucionado fantásticamente luego de una apendicectomía, y todavía dice que su hijo es un bebé... ¡Y tiene como 40 años!
Ahora, en el quirófano, lo veo cortar el abdomen de un señor para sacarle una hernia. Está concentrado, y va enseñando a un estudiante por qué hacer ésto, por qué lo otro... Esta vez, Oswaldo no se puso el gorro de Superman que suele usar en cirugía, pero sigue siendo un héroe vestido de azul.
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